Cierta facción pentecostal conmina a sus miembros a "pasar al altar y humillarse ante el Señor". Pasar al altar está bien; humillarse, no. Humillarse es desvalorarse, degradarse.
El asunto es cultivar la humildad en el andar diario. Ser humilde no es un camino fácil. Veamos algunos de los tropiezos que esparce el orgullo contra la humildad:
- El orgullo se sostiene de la lengua, que emite muchas palabras y frases sobre dimensionadas de la misma persona. Causa rechazo, escuchar al individuo que narra lo gran exitosa que se le presenta la vida, y escucha con desinterés a su interlocutor.
- La otra semilla que germina el orgullo... es el espejo. Este objeto subyuga tanto a lindos, como a pocos lindos. A los primeros los condiciona y los encumbra en un nivel superior de raza.
- El tercer elemento es ubicarse en un lugar ajeno a la competencia, experiencia, mérito o conocimiento. Es inaceptable "la teología del pato": anda, nada y vuela, pero no es perfecto en ninguna
- "Yo ya subí, no puedo bajar al llano", esta es la idea común de ciertos líderes. Por ejemplo, si un pastor o misionero logró impactar una ciudad y formar una gran congregación ¿Por qué no cede la administración a los nacionales, y se va "con toda la unción que tiene" a formar obra en Haiti, Afganistán o la India?
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